jueves, 12 de noviembre de 2009

Tentaciones en la plaza...

Hoy me encontré al mismísimo diablo en Perisur. Allá iba yo tan tranquila caminando hacia mi objetivo, una isla de celulares para pedir información, cuando una voz se escuchó a mi izquierda

-Señorita, le hago una demostración en sus manos-

-No gracias, joven-

-Venga, sienta su piel suave sin ningún compromiso-

Un aroma entre vainilla y mango llega a mi nariz y ahí comienza el hechizo. Me acerqué a la carreta y me dejé llevar por un masaje delicioso, la textura de las sales marinas, el aroma relajante, los aceites, la suavidad de mis manos, el brillo de mis uñas y la tentación encarnada en ese hombre que me relajó en menos de diez minutos, al que le entregué mis manos y mi razonamiento.

Quería todo lo que me ofrecía, en un momento mis problemas habían desaparecido y me sentía feliz. El hombre seguía sacando más productos y ofreciéndome las mil maravillas, mientras mi pobre Pepe Grillo gritaba desesperado “Noooo aléjate de aquí, ve a buscar lo del celular y olvida a este demonio disfrazado de vendedor”, me daba cuenta de la desesperación de mi conciencia, pero me sentía ¡tan bien! en ese mini spa que decidí, tipo Pinocho, no escuchar a mi grillito y ceder a las delicias de ese infierno tan tentador.

-Joven usted es malo, además sólo traigo $700-

-No se preocupe linda- susurró el infeliz – me caes muy bien así que te dejo el paquete para uñas y las sales de las manos por ese precio-

-Perfecto, pero no quiero la caja métalo en una bolsa para introducirlo a mi casa de contrabando-

Y así fue, como una alcohólica llegué y refundí la bolsita con los productos maravillosos en un rincón del último cajón de mi cómoda suspirando por poderlos sacar, pero al mismo tiempo con un remordimiento de conciencia sabiendo que me deje seducir por algo que ni necesitaba, ni quería.

Soy bastante responsable en ese aspecto, no me dejo llevar por ofertas tontas ni tengo mil tarjetas de crédito, pero esta vez mi ánimo estaba tan triste que cedí fácilmente, fui una presa que cayó redondita en las manos, o más bien mis manos cayeron presas, de ese diablo con aspecto de vendedor.