Yo creo que lo más difícil en la vida es extrañar. El otro
día leí que cuando extrañas a alguien, en realidad no extrañas a esa persona,
sino la forma en la que tú te sentías cuando estabas a su lado. Bueno, como sea…
eso es horrible.
Y quizá es verdad, uno se extraña a sí mismo, pero eso no
quita que sea difícil, porque la persona en cuestión era clave para que te
sintieras de la manera que extrañas estar y no importa lo que avances en la
vida, la ausencia se sigue sintiendo.
Con el tiempo aceptas que ya no te vas a sentir igual,
entonces otros estados de ánimo, otras experiencias y otros recuerdos rellenan
el vacío que quedó; aunque en el fondo una parte de ti sigue extrañando con
cierta melancolía, porque sabe que por mucho que se rellene el hueco con nuevos
momentos, siempre le hará falta ese puñadito que se fue.
Claro, ahorita me vienen a la mente personas que creí que
iba a extrañar y pues… ya no. Es más, ni siquiera entiendo porque querría
volver a pasar por ahí, pero esa es otra historia. Este post es para los amores
de verdad, esos que se quedaron en el camino, ya sea porque la vida o la muerte te
separó de ellos.
Es el síndrome de septiembre. Un mes en el que extraño
mucho.