martes, 16 de febrero de 2016

El Papa y yo...

Cuando era una niña mi mamá me llevó a ver al Papa, era Juan Pablo II. Pasó en su papa móvil muy cerca de la casa y ahí lo vi. Mientras todo el mundo se emocionaba y lloraba, yo pensaba “¿Por qué no siento nada?” Quizá era demasiado chica para entender quién era. Hoy sé quien es y bueno, el asunto de los pederastas no ayuda a que sienta algo bueno por él. En fin.

Pasaron los años y me distancié de la Iglesia. En una época en la que me mudé a la Ciudad de México me quise acercar, pensando que era el refugio de todos ¿no? pero no encontré paz, ni milagros, vaya, ni siquiera buenas vibras. El grupo de la Iglesia era muy celoso de su territorio y una extraña causaba recelo. Jamás regresé.

Encontré otro camino; la meditación. Y sentí paz, después de años de caos sentí paz y me gustó. Regresé a Villahermosa y continué meditando. Conocí a otras personas que creían lo mismo que yo y mi abuela me dio por perdida al andar creyendo en cosas que para ella “Son del diablo”.

Con el tiempo me aburrí de Villahermosa, de mi vida. Estaba sumergida en una rutina demasiado cotidiana para mi. Necesitaba emoción, adrenalina, una motivación más allá de esperar la quincena. Se atravesaron las elecciones y me metí de cabeza.

Entonces conocí a alguien que me hizo pensar más allá de lo que siempre había pensado. Alguien con quién podía conversar de temas con los que nadie más podía y como que me enamoré (pero esa es otra historia). Lo importante es que me hizo reconciliarme con la religión, me sembró una perspectiva diferente y bajé la guardia con la Iglesia.

Recordé lo que tanto me dijeron de niña “Sigue la luz, no al iluminado”.

De nuevo en el D.F. (perdón la Ciudad de México)

Llegué con toda la ilusión y las ganas de encontrar la manera de dedicarme a lo que tanto me gusta: escribir. Y por un lapso (corto, como de dos meses) todo iba bien. Meditaba todos los días y sentía como avanzaba en lo que quería, pero de repente el drama se apoderó de mi vida y llegó una temporada de tristeza, enojo y frustración.

Una faceta de mi vida se medio acomodaba y otra se caía por un precipicio. Pasaron los meses y un día, mientras cenaba con unas amigas, les contaba todas las ideas llenas de coraje que pasaban por mi mente. Ambas me convencieron de darle una nueva oportunidad a mi fe.

 “Reza Sof, si no quieres ir a la Iglesia no vayas, pero reza. Te va a dar paz”

Y si, comencé a rezar. No podía meditar bien porque mi mente era una revolución, pero si podía rezar. Podía hablar con Dios y decirle todo lo que sentía, pidiéndole que se pusiera las pilas; que sacara el odio de mi corazón y me diera chance de ser feliz. En menos de quince días ocurrió un milagro… y fui feliz. Muy feliz. La mujer más feliz.

Ahora llegó el Papa Francisco, y aunque me eché una discusión sobre que tan bueno o malo era, la verdad es que la curiosidad me ganó y lo escuché. Sus palabras me llegaron y asumí mi parte de responsabilidad. Por un momento sentí paz.

Aclaración: Esto no cambia mi postura de rechazo al circo mediático que ha causado su venida a México. Siento que todo esto ha sido explotado por el gobierno, pero eso es otro tema.

Hoy en la mañana no pude meditar. No tengo cabeza para hacerlo, quizá la semana que entra que esté más tranquila. Quizá en un mes que haya asimilado las cosas. Quizá mañana que amanezca con mejor ánimo, hoy no. Pero siempre puedo rezar.


Siempre puedo tomarme un momento para hablar con Dios mientras lloro. Siempre puedo sentarme y confesarle mis miedos, mi coraje, mis dudas y vaciar mi cabecita loca con él para pedirle lo mismo de siempre; paz y felicidad.